LA PUNTA DEL ICEBERG
"Parejos" asi quedo el grupo A
Pudimos comprobar que, en efecto, la Jabulani, última criatura de la factoría Adidas, es un tanto rebelde y errátil. Pero no alcanza para que los arqueros la culpen de los goles bobos.
También chequeamos (a lo lejos, claro, gracias al sonido ambiente que habilita la transmisión global) que las vuvuzelas, cornetas folclóricas que soplan sin descanso los torcedores sudafricanos, suenan como un enorme enjambre.
Pero, más allá de estos tópicos muy transitados en los últimos días, pudimos asomarnos al fútbol. Enterito hizo su presentación el Grupo A, de donde saldrá el rival de Argentina. La punta del iceberg, una muestra del banquete que se aproxima.
Primera sensación: paridad sin fisuras. Tablas de aquí a la eternidad. Porque Sudáfrica, a priori el equipo más flojo, se dejó ver a la altura de su rival, México, y se perfila para disputar una plaza en los octavos de final en igualdad de condiciones.
Los sudafricanos sufrieron algunas vacilaciones y deslices propios de los inexpertos (pérdida de pelota en las salida, un defensor dormido en el gol mexicano). Pero, recién formados, dan la impresión de haber ido directamente a los capítulos del manual en los que se define el fútbol moderno por su precisión en velocidad.
Son contragolpeadores, objetarán los ofensivistas mesiánicos. Tal vez, pero la disposición plástica de origen (genética) de los jugadores más el toque veloz bien aprendido hacen de los contragolpes sudafricanos uno de los movimientos más bellos del deporte. Y me remito al gol de Tshabalala (gran peinado, por otra parte) como ilustración irrefutable.
De hecho, la selección local aportó la novedad saliente (y alentadora) de este estreno al que le sobró emoción (algunos puristas que opinan con piloto automático ya protestan porque el "nivel de juego" es pobre, pero ustedes no los escuchen: son gente resentida y con severas frustraciones sexuales).
Los demás se apegaron a su historia reciente; se comportaron con vocación clásica. México amagó, dio señales de buen pie y luego se descorazonó. Literalmente: extravió el corazón, jugó sin alma. Rafa Márquez salvó la ropa de todos con un gol que ya sonaba lejano.
El problema es la inestabilidad anímica, la depresión repentina cuando el rival saca pecho. Mucho más que la ineficacia en las últimas yardas, como señaló el entrenador Javier Aguirre, acaso para desviar la atención hacia una contrariedad leve.
Francia, anunciado por los especialistas como un equipo desgastado y en declive, no hizo gran cosa pero dominó su partido aun sin superar el toque decorativo. Además está a la vista que el talento tiene recambio entre los hijos de las colonias (habrá que darles tiempo). Y, con un crack como Ribery, yo no pronosticaría la muerte de Francia.
Completa este grupo Uruguay, que haría mal en considerar el empate como un buen resultado sólo porque jugó un ratito con un hombre menos. No se puede vivir aguantando. Sin embargo, ¿cómo lograría el equipo de Tabárez meter un gol? Buena pregunta. Fiel a sus hábitos, Uruguay trabajó el partido en su trinchera. Y la enjundia, llegado un punto crítico de cansancio, se transformó en patada de fractura. Como el planchazo de Lodeiro, que estimo inapropiado atribuir a la garra charrúa.
En fin, nada que nos desconcierte. Salvo la revelación sudafricana, todo está más o menos como estaba. Y muy interesante.